He sostenido anteriormente que las dos últimas décadas fueron experimentales. También fueron contradictorias. El hecho de que hasta ahora no se haya estabilizado en los países centrales un nuevo modo de regulación social en sustitución del modo fordista llevó a que las soluciones experimentadas, además de empíricas (el Adhocismo) e inestables (el Stop and go, no sólo en el campo económico, sino también en los dominios social y cultural), sean contradictorias. No es de extrañar pues que el exceso de regulación que acabo de mencionar haya convivido en los últimos veinte años con movimientos emancipatorios poderosos, testigos del surgimiento de nuevos protagonistas en un renovado espectro de innovación y transformación sociales. La contradicción reside en que la hegemonía del mercado y sus atributos y exigencias alcanzó un nivel tal de naturalización social que, aunque lo cotidiano sea impensable sin él, no se le debe por eso mismo, ninguna lealtad cultural específica. Así, es socialmente posible vivir sin duplicidad y con igual intensidad la hegemonía del mercado y la lucha contra ella. La concreción de esta posibilidad depende de muchos factores. Por ejemplo, se puede decir con certeza que la difusión social de la producción contribuyó a desenmascarar nuevas formas de opresión y que el aislamiento político del movimiento obrero facilitó el surgimiento de nuevos sujetos sociales y de nuevas prácticas de movilización social.
La sociología de la década de los ochenta estuvo dominada por la temática de los nuevos sujetos sociales y de los Nuevos Movimientos Sociales (NMSs). Aún aquellos que no compartieron la posición de Touraine (1978), para quien el objeto de la sociología es el estudio de los movimientos sociales, reconocen que la última década impuso esa temática como una fuerza sin precedentes, siendo sólo objeto de debate el elenco y la jerarquización de las razones explicativas de ese fenómeno. Se trata pues de un tema sobre el cual se acumuló una extensa bibliografía, tanto en los países centrales como en América Latina y que aquí no es del caso revisar2. Sólo interesa mencionarlo brevemente en la medida en que intercepta los dos polos estructurantes de este texto: la relación entre regulación y emancipación y la relación entre subjetividad y ciudadanía.
La identificación de la intersección de los nuevos movimientos sociales en esta doble relación es tarea difícil, porque es grande la diversidad de estos movimientos y porque es dudoso si esa diversidad se puede reconducir a un concepto o a una teoría sociológica únicos. Una definición genérica como la que por último nos proponen Dalton y Kuechler “un sector significativo de la población que desarrolla y define intereses incompatibles con el orden político y social existente y que los prosigue por vías no institucionalizadas, invocando el uso de la fuerza física o de la coerción” (1990:227)-abarca realidades sociológicas tan diversas que a la postre, es muy poco lo que se dice de ellas. Si en los países centrales la enumeración de los nuevos movimientos sociales incluye típicamente los movimientos ecológicos, feministas, pacifistas, antirracistas, de consumidores y de auto ayuda, la enumeración en América Latina -dónde también es corriente la designación de movimientos populares o nuevos movimientos populares para diferenciar su base social que es característica de los movimientos en los países centrales (la “nueva clase media”)- es bastante más heterogénea. Teniendo en cuenta el caso brasileño, Scherer-Warren y Krischke destacan la “parcela de los movimientos sociales urbanos propiamente dichos, los CEBs (Comunidades [Eclesiales de Base] organizadas a partir de adeptos de la iglesia católica), el nuevo sindicalismo urbano y más recientemente también rural, el movimiento feminista, el movimiento ecológico, el movimiento pacifista en etapa de organización, sectores de movimientos de jóvenes y otros” (1987: 4 l). La enumeración de Kärner, para el conjunto de América Latina es aún más heterogénea e incluye “el poderoso movimiento obrero democrático y popular surgido en el Brasil, liderado por Luís Inácio da Silva (Lula) y que luego derivó en el Partido de los Trabajadores; el Sandinismo que surgió en Nicaragua como un gran movimiento social de carácter pluriclasista y pluriideológico; las diferentes formas que asume la lucha popular en el Perú tanto a nivel de los barrios (“pueblos jóvenes”) como a nivel regional (Frentes Regionales para la Defensa de los Intereses del Pueblo); las nuevas experiencias de “paros cívicos nacionales”, con la participación de sindicatos, partidos políticos y organizaciones populares (grupos eclesiásticos de base, comités de mujeres, grupos estudiantiles culturales, etc.) en Ecuador, en Colombia y en el Perú; los movimientos de invasiones en Sao Paulo; las invasiones masivas de tierras por los campesinos de México y otros países; los intentos de autogestión en los tugurios de las grandes ciudades como Caracas, Lima y Sao Paulo; los comités de defensa de los Derechos Humanos y las Asociaciones de Familiares de Presos y Desaparecidos, habiendo surgido estas dos últimas iniciativas, básicamente de los movimientos sociales3.
Estas enumeraciones son en sí mismas reveladoras de la identidad tan sólo parcial entre los movimientos sociales de los países centrales y de América Latina, un tema al que volveré más adelante. Por ahora, nos sirven para identificar algunos de los nuevos factores que los movimientos sociales de las dos últimas décadas introdujeron en la relación regulación-emancipación y en la relación subjetividad ciudadanía y para mostrar que esos factores no están presentes del mismo modo en todos los NMSs en todas las regiones del globo.
La novedad más grande de los NMSs reside en que constituyen tanto una crítica de la regulación social capitalista, como una crítica de la emancipación social socialista tal como fue definida por el marxismo. Al identificar nuevas formas de opresión que sobrepasan las relaciones de producción, y ni siquiera son específicas de ellas, como son la guerra, la polución, el machismo, el racismo o el productivismo; y al abogar por un nuevo paradigma social, menos basado en la riqueza y en el bienestar material del que, en la cultura y en la calidad de vida, denuncian los NMSs, con una radicalidad sin precedentes, los excesos de regulación de la modernidad. Tales excesos alcanzan no sólo el modo como se trabaja y produce, sino también el modo como se descansa y vive; la pobreza y las asimetrías de las relaciones sociales son la otra fase de la alienación y del desequilibrio interior de los individuos; y finalmente, esas formas de opresión no alcanzan específicamente a una clase social y sí a grupos sociales transclasistas o incluso a la sociedad en su todo.
En estos términos, la denuncia de nuevas formas de opresión implica la denuncia de las teorías y de los movimientos emancipatorios que las omitieron, que las descuidaron cuando no fue que pactaron con ellas. Implica pues, la crítica al marxismo y al movimiento obrero tradicional, así como la crítica al llamado “socialismo real”. Lo que es visto por estos como factor de emancipación (el bienestar material, el desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas) se transforma en los NMSs en factor de regulación. Por otro lado, porque las nuevas formas de opresión se revelan discursivamente en los procesos sociales donde se forja la identidad de las víctimas, no hay una preconstitución estructural de los grupos y movimientos de emancipación, por lo que el movimiento obrero y la clase obrera no tienen una posición privilegiada en los procesos sociales de emancipación. A demás, el hecho de que el movimiento obrero de los países centrales haya estado muy involucrado en la regulación social fordista en el segundo período del desarrollo capitalista tiende a hacer de él una traba, más que un motor de emancipación en este tercer período. Por último, aunque las nuevas opresiones no deben hacer perder de vista las viejas opresiones, la lucha contra aquellas no se puede hacer en nombre de un futuro mejor en una sociedad por construir. Al contrario, la emancipación por la que se lucha, tiene como objetivo transformar lo cotidiano de las víctimas de la opresión aquí y ahora y no en un futuro lejano. La emancipación o comienza hoy o no comienza nunca. De ahí que los NMSs, con la excepción parcial del movimiento ecológico, no se movilicen por responsabilidades intergeneracionales.
Las enumeraciones de los diferentes movimientos arriba citadas muestran por sí mismas que esa nueva relación entre regulación y emancipación bajo el impacto de los NMSs es tan sólo manifestación de una constelación político-cultural dominante, diversamente presente o ausente en los diferentes movimientos concretos. Lo que la caracteriza verdaderamente es un fenómeno aparentemente contradictorio de globalización-localización, tanto a nivel de la regulación como a nivel de la emancipación. La globalización a nivel de la regulación se hace posible por la creciente promiscuidad entre producción y reproducción social señalada atrás. Si el tiempo vital y el tiempo de trabajo productivo se confunden cada vez más, las relaciones sociales de la producción se descaracterizan como campo privilegiado de dominación y jerarquización social; y el relativo vacío simbólico así creado lo llenan las relaciones sociales de reproducción social (en la familia y en los espacios públicos) y por las relaciones sociales en la producción (relaciones en el proceso de trabajo productivo asalariado entre trabajadores, hombres y mujeres, blancos y negros, jóvenes y adultos, católicos y protestantes, hindúes y musulmanes, chiítas y sunitas).
Cualquiera de estos dos últimos tipos de relaciones sociales ha venido adquiriendo creciente visibilidad social en los últimos veinte años. Pero, contradictoriamente, este proceso de visibilidad social sólo es posible anclado en la lógica (y no en la forma) y en la historicidad de la dominación propia de las relaciones de producción. Es decir la difusión social de la producción, al mismo tiempo que conduce al no privilegio relativo de la forma de dominación específica de las relaciones de producción (la explotación a través de la extracción de plusvalía económica), hace posible que la lógica de ésta (la extracción de plusvalía en una relación social que no tiene como fin explícito tal extracción) se difunda socialmente en todos los sectores de la vida social y, por esa vía, se globalice. Mientras más fuerte fue en el pasado la vivencia social de la dominación en las relaciones de producción, más intenso será ahora su carácter socialmente difuso. La plusvalía puede ser sexual, étnica, religiosa, generacional, política, cultural; puede tener lugar en el hábito (y no en el acto) de consumo; puede tener lugar en las relaciones desiguales entre grupos de presión, partidos o movimientos políticos que deciden el armamento y el desarme, la guerra y la paz; puede incluso tener lugar en las relaciones sociales de destrucción entre la sociedad y la naturaleza, o mejor entre los llamados recursos “humanos” y los llamados recursos “naturales” de la sociedad.
Sin querer entrar en el debate sobre la continuidad o la ruptura entre los viejos y los nuevos movimientos sociales4, me parece innegable que sin la experiencia histórica de la dominación en la esfera de la producción, hoy no sería, social y culturalmente posible, pensar la reproducción social en términos de relaciones de dominación. Yla verdad es que los países con fuertes NMSs, tienden a ser países donde fueron, y quizás todavía son fuertes los viejos movimientos sociales.
También es por eso, que en el campo de los NMSs, América Latina sobresale en forma destacada del resto de los países periféricos y semiperiféricos. El proceso de globalización en el campo de la regulación también es un proceso de localización. La razón está en que, como formas de intersubjetividad, las relaciones sociales de reproducción y las relaciones sociales en la producción, son mucho más concretas e inmediatas que las relaciones sociales de producción.
Mientras éstas últimas se pueden esconder y abstractizar fácilmente detrás de las máquinas, ritmos de producción, normas de fabricación, reglamentos de fábrica, aquellas no son sino vivencias de relaciones entre personas, entre grupos, entre personas o grupos y el aire, los ríos, los bosques o los animales, entre la vida y la muerte. Es cierto que también aquí hay mediaciones abstractizantes, sean ellas las leyes, las costumbres, la religión, el discurso político, la publicidad o la idea de progreso, pero difícilmente excusa, ya sea la relación frente a frente entre opresor y oprimido, ya sea la relación frente a frente entre la víctima y la causa de su victimización. De ahí que lo cotidiano -que es, por excelencia, el mundo de la intersubjetividad- sea la dimensión espacio-temporal de la vivencia de los excesos de regulación y de las opresiones concretas en que ellos se desdoblan.
A nivel de la emancipación, ocurre también un fenómeno correspondiente de globalización-localización. Una vez liberada de la envoltura estructural que le conferían las relaciones sociales de producción -el estado capitalista y el movimiento obrero- la tarea de descubrir las opresiones y de la lucha contra ellas, es potencialmente una tarea sin fin, sin un sujeto social específicamente titular de ella y sin lógica de acumulación que permita distinguir entre táctica y estrategia. Los valores, la cultura y la calidad de vida, en nombre de los cuales se lucha son, por sí mismos, maximalistas y globalizantes, no susceptibles de finalización y poco inclinados hacia la negociación y el pragmatismo. Por otro lado, si en algunos movimientos es discernible un interés específico de un grupo social (las mujeres, las minorías étnicas, los habitantes de las favelas, los jóvenes), en otros, el interés es colectivo y el sujeto social que los titula es potencialmente la humanidad en su todo (movimiento ecológico, movimiento pacifista).
Por último, la lucha emancipatoria, siendo maximalista, dispone de una temporalidad absorbente que compromete en cada momento todos los fines y todos los medios, siendo difícil la planeación y la acumulación y por lo tanto más probable, la discontinuidad. Porque los momentos son “locales” de tiempo y de espacio, la fijación momentánea de la globalidad de la lucha también es una fijación localizada, y es por eso que lo cotidiano deja de ser una fase menor o un hábito descartable para pasar a ser el campo privilegiado de la lucha por un mundo y una vida mejores.
Frente a la transformación de lo cotidiano en una red de síntesis momentáneas y localizadas, de determinaciones globales y maximalistas, el sentido común y el vulgar del día a día, tanto público como privado, tanto productivo como reproductivo, se desvulgarizan y pasan a ser oportunidades únicas de inversión y protagonismo personal y de grupo. De ahí la nueva relación entre subjetividad y ciudadanía. Subjetividad y ciudadanía en los nuevos movimientos sociales
Uno de los más encendidos debates sobre los NMSs incide en el impacto de éstos en la relación subjetividad-ciudadanía. Según algunos, los NMSs representan la afirmación de la subjetividad frente a la ciudadanía. La emancipación por la que luchan no es política sino ante todo personal, social y cultural. Las luchas en que se traducen se pautan por formas organizativas (democracia participativa) diferentes de las que precedieron a las luchas por la ciudadanía (democracia representativa). Al contrario de lo que se dio con el dúo marshalliano ciudadanía-clase social en el período del capitalismo organizado, los protagonistas de estas luchas no son las clases sociales, son grupos sociales, a veces mayores, a veces menores que las clases, con contornos más o menos definidos en función de intereses colectivos, a veces muy localizados pero potencialmente universalizables. Las formas de opresión y de exclusión contra las cuales luchan no pueden, en general, ser abolidas con la mera concesión de derechos, como es típico de la ciudadanía; exigen una reconversión global de los procesos de socialización y de inculcación cultural y de los modelos de desarrollo, o exigen transformaciones concretas, inmediatas y locales (por ejemplo, el cierre de una central nuclear, la construcción de una guardería infantil o de una escuela, la prohibición de publicidad violenta en la televisión), exigencias que, en ambos casos, van más allá de la mera concesión de derechos abstractos y universales. Por último, los NMSs tienen lugar en el marco de la sociedad civil y no en el marco del estado y, en relación con el estado mantienen una distancia calculada, simétrica a la que mantienen con los partidos y con los sindicatos tradicionales.
Esta concepción, que basa la novedad de los movimientos sociales en la afirmación de la subjetividad sobre la ciudadanía, ha sido criticada ampliamente. La crítica más frontal proviene de aquellos que precisamente contestan la novedad de los NMSs. Según ellos, los NMSs son, de hecho, viejos (los movimientos ecológicos, feministas, pacifistas del siglo XIX y el movimiento antirracista de esa época y de los años cincuenta y sesenta); o son portadores de reivindicaciones que fueron parte integrante de los viejos movimientos sociales (el movimiento obrero y el movimiento agrario o campesino); o, por último, corresponden a ciclos de la vida social y económica y, por eso, su novedad, porque aunque recurrente, tan sólo es aparente. Los modos de movilización de recursos organizativos y otros, y no la ideología, deben ser para estos autores, el punto de apoyo del análisis de los NMSs. Para esta segunda concepción, el impacto buscado por los MNSs es, en última instancia, político y su lógica prolonga la ciudadanía, que orientó los movimientos sociales del pasado. La distancia de los NMSs con el Estado es más aparente que real, pues las reivindicaciones globales-locales siempre acaban por traducirse en una exigencia hecha al Estado y en los términos en que el Estado se sienta ante la contingencia política de tener que darle respuesta5. Además, la prueba de eso mismo es que no es raro que los NMSs jueguen el juego de la democracia representativa, aunque sea por el lobbyingy por la vía extraparlamentaria; y entran en alianzas más o menos oficiales con sindicatos y partidos, cuando ellos mismos no se transforman en partidos.
En mi opinión, no es preciso rechazar la novedad de los NMSs para criticar las ilaciones que saca de ella la primera concepción. La novedad de los NMSs, tanto en el campo de la ideología como en el de las formas organizativas, me parece evidente, aunque no deba ser defendida en términos absolutos. Tal como Scott (1990), dudo que los NMSs puedan ser explicados en su totalidad por una teoría unitaria. Basta tener en mente las diferencias significativas en términos de objetivos de ideología y de base social entre los NMSs de los países centrales y los de América Latina. Entre los valores postmaterialistas y las necesidades básicas; entre las críticas al consumo y las críticas a la falta de consumo, entre el hiperdesarrollo y el sub (o anarco) desarrollo, entre la alienación y el hambre, entre la nueva clase media y las (poco esclarecedoras) clases populares, entre el estado-providencia y el estado autoritario, hay naturalmente diferencias importantes. No se excluye, por otro lado, que algunos de los NMSs de América Latina tengan grandes afinidades con el tipo dominante de NMSs en los países centrales pero, en general, están correctos Fernando Calderón y Elizabeth Jelin cuando afirman que, en contraste con lo que pasa en los países centrales, “una de las características propias de América Latina es que no hay movimientos sociales puros o claramente definidos, dadas la multidimensionalidad, no solamente de las relaciones sociales sino también de los propios sentidos de la acción colectiva. Por ejemplo, es probable que un movimiento de orientación clasista esté acompañado de juicios étnicos y sexuales, que lo diferencian y lo asimilan a otros movimientos de orientación culturalista con contenidos clasistas. Así, los movimientos sociales se nutren con innumerables energías que incluyen, en su constitución, desde formas orgánicas de acción social por el control del sistema político y cultural hasta modos de transformación y participación cotidiana de auto-reproducción societaria” (en Ponte, 1990: 281). Ami modo de ver, en esta “impureza”, reside la verdadera novedad de los NMSs en América Latina y su extensión a los NMSs de los países centrales es una de las condiciones de la revitalización de la energía emancipatoria de estos movimientos en general. En la medida en que esto suceda, será más verosímil la teoría unitaria. Pero ahora, sólo es posible hablar abiertamente de tendencias y de opciones.
La novedad de los NMSs no reside en el rechazo de la política sino, al contrario, en la ampliación de la política hasta más allá del marco liberal de la distinción entre estado y sociedad civil. Los NMSs parten del presupuesto de que las contradicciones y las oscilaciones periódicas entre el principio del estado y el principio del mercado son más aparentes que reales, en la medida en que el tránsito histórico del capitalismo se hace de una interpenetración siempre creciente entre los dos principios, una interpenetración que subvierte y oculta la exterioridad formal del estado y de la política frente a las relaciones sociales de producción. En estas condiciones, invocar el principio del estado contra el principio del mercado, es caer en la trampa de la radicalidad fácil que consiste en transformar lo que existe en lo que ya existe, como es propio del discurso político oficial.
A pesar de estar muy colonizado por el principio del estado y por el principio del mercado, el principio de la comunidad rousseauniana, es el que tiene más potencialidades para fundar las nuevas energías emancipatorias. La idea de la obligación política horizontal entre ciudadanos y la idea de la participación y de la solidaridad concretas en la formulación de la voluntad general, son las únicas susceptibles de fundar una nueva cultura política y, en última instancia, una nueva calidad de vida personal y colectiva basadas en la autonomía y en el autogobierno, en la descentralización y en la democracia participativa, en el cooperativismo y en la producción socialmente útil. La politización de lo social, de lo cultural, e incluso de lo personal, abre un inmenso campo para el ejercicio de la ciudadanía y revela, al mismo tiempo, las limitaciones de la ciudadanía de extracción liberal, incluso de la ciudadanía social, circunscrita al marco del estado y de lo político por él constituido. Sin postergar las conquistas de la ciudadanía social, como en últimas pretende el liberalismo político-económico, es posible pensar y organizar nuevos ejercicios de ciudadanía -porque las conquistas de la ciudadanía civil, política y social no son irreversibles y están lejos de ser plenas-y nuevas formas de ciudadanía -colectivas y no meramente individuales: ejercicios y formas basados en formas político-jurídicas que, al contrario de los derechos generales y abstractos, incentiven la autonomía y combatan la dependencia burocrática, personalicen y localicen las competencias interpersonales y colectivas en vez de sujetarlas a patrones abstractos; ejercicios y formas que parten las nuevas formas de exclusión social, basadas en el sexo, en la raza, en la pérdida de calidad de vida, en el consumo, en la guerra, que ahora ocultan o legitiman, ahora complementan y profundizan la exclusión basada en la clase social.
No es sorprendente que, al regresar políticamente, el principio de la comunidad se traduzca en estructuras organizacionales y estilos de acción política diferentes de aquellos que fueron responsables de su eclipse. De ahí la preferencia por estructuras descentralizadas, no jerárquicas y fluidas, en violación de la racionalidad burocrática de Max Weber o de la “ley de hierro de la oligarquía” de Robert Michels. De ahí también la preferencia por la acción política no institucional, fuera del compromiso neocorporativista, dirigida a la opinión pública, con vigorosa utilización de los medios de comunicación social, involucrando casi siempre actividades de protesta y confiando en la movilización de los recursos que ellas proporcionan. Dialécticamente, esta novedad en las estructuras organizativas y en el estilo de acción política es el eslabón que une los NMSs con los viejos movimientos sociales. Através de esta novedad continúan y ahondan la lucha por la ciudadanía, no siendo por eso correcto justificar (con base en esta novedad) un pretendido desinterés por las cuestiones de la ciudadanía en los NMSs como lo hacen Melucci (1988) y otros.
No rechazo una cierta normatividad en este análisis y, un campo de muchas opciones, la preferencia por la opción más optimista o prometedora. Son conocidas las limitaciones de los NMSs y hoy en día empieza a ser común afirmar que ya pasó su momento de apogeo. Es debatible si la relación tensa o de distancia calculada entre la democracia representativa y los NMSs ha sido benéfica o perjudicial para éstos últimos. Según algunos, esa tensión o distancia es responsable por la inestabilidad, por la discontinuidad y por la incapacidad de universalización que, en general, han sufrido los NMSs y que a la postre son responsables por el impacto relativamente restringido de los movimientos en la transformación política de los países donde han ocurrido. Por ejemplo, Tullo Vigevani señala los riesgos de asambleísmo, plebiscitarismo y mesianismo resultantes de que no exista “ningún tipo de institucionalización”, de que no existan los mecanismos necesarios para la construcción de la voluntad colectiva”, y lo lleva a preguntarse por los “alcances cuantitativos de los movimientos sociales” (1989: 108). Pero, por otro lado, con un éxito muy diferenciado, algunos movimientos se han “institucionalizado” convirtiéndose en partidos y disputando la política partidaria con lo que, en este caso, corren el riesgo al adoptar la estructura organizativa del partido de movimiento, de subvertir la ideología y los objetivos del movimiento que condujo al partido: este es un riesgo bien expresado en la forma del fraccionalismo entre pragmatismo y fundamentalismo, propia de estos partidos.
Dada la gran diversidad de los NMSs, es imposible hablar de un patrón único de relaciones entre democracia representativa (cuando ésta existe, debido a que en América Latina la lucha de los NMSs se ha dado muchas veces por lograr dicha democracia) y democracia participativa. No me parece en sí mismo negativo el hecho de que esas relaciones, cualesquiera que sean, siempre se hayan caracterizado por la tensión y por la difícil convivencia entre las dos formas de democracia, toda vez que es de esa tensión que se han liberado muchas veces las energías emancipatorias necesarias para la ampliación y la redefinición del campo político. Hay que agregar que, incluso cuando las formas de institucionalización son más tenues, la discontinuidad de los NMSs puede ser más aparente que real, pues, como afirma Paulo Krischke, es necesario tener en cuenta las contribuciones positivas de los movimientos “tanto para la memoria colectiva de la sociedad, como para la reforma de las instituciones” (1987: 287). Similarmente, para Inglehart (1990: 43) y Dalton y Kuechler (1990: 227), los NMSs son señal de transformaciones globales en el contexto político, social y cultural de nuestra contemporaneidad y por eso sus objetivos serán parte permanente de la agenda política de los próximos años, independientemente del éxito, necesariamente diverso de los diferentes movimientos concretos. Los años noventa
Si las dos últimas décadas fueron experimentales, es natural que los años noventa traigan una profundización de algunas de las experiencias, a menos que la sociedad del futuro no necesite de un modo específico y dominante de autorreproducirse y haga de la inestabilidad de las nuevas experiencias, la única forma viable de estabilidad. También es posible pensar, como quiere algún postmodernismo, que lo nuevo que hubo en estos últimos veinte años no cesará de repetirse, como nuevo, en los años venideros, no quedándonos otra actitud sino perder el hábito de imaginar otras posibilidades más allá de lo que existe y celebrar lo que existe como el conjunto de todas las posibilidades imaginables. Esta teoría, que tiene la peculiaridad de ser indeterminista en relación con el presente y determinista en relación con el futuro, no nos impide sin embargo imaginar otras teorías posibles donde quepa la diferencia del futuro y nuestra diferencia en relación con él.
Si fuera correcto hablar de “patologías de la modernidad”, diríamos que ellas consistieron hasta ahora en subsíntesis entre subjetividad, ciudadanía y emancipación, que resultaron en excesos de regulación, los cuales además, en ocasiones, se insinuaron bajo la forma de emancipaciones, denunciadas posteriormente como falsas. En las secciones anteriores, mencionamos tales excesos en sus diferentes formas y el siguiente cuadro lo presenta de modo sinóptico.
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No cabe analizar aquí cada uno de ellos. Los concibo como diferentes subsíntesis de la modernidad, es decir constelaciones socio-políticas que, por una u otra vía, no lograron una síntesis entre subjetividad, ciudadanía y emancipación, dando de ella una versión truncada, desfigurada, perversa. Frente a los fracasos de la teoría crítica moderna, que está, además, por detrás de algunas de las formas de falsa emancipación, la tarea de la teoría crítica postmoderna consiste en apuntar de nuevo hacia los caminos de la síntesis, tomando como método, por un lado, la citación de todo lo que existió de positivo en la experiencia histórica de nuestra contemporaneidad, por más negativa que ocasionalmente haya sido, y por otro lado, la disponibilidad para identificar lo que de nuevo caracteriza el tiempo presente y hace de él verdaderamente nuestro tiempo. El esfuerzo teórico que está por emprender debe incluir una nueva teoría de la democracia que permita reconstruir el concepto de ciudadanía, una nueva teoría de subjetividad que permita reconstruir el concepto de sujeto y una nueva teoría de la emancipación que no sea más que el efecto teórico de las dos primeras teorías en la transformación de la práctica social llevada a cabo por el campo social de la emancipación.
Bibliografía
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Notas
1 Extraido de de Sousa Santos, Boaventura 1998 (1995) De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la postmodernidad (Santafé de Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Facultad de Derecho Universidad de los Andes, Ediciones Uniandes) 312-331.
2 Entre la extensa bibliografía, ver cuatro importantes libros (tres de ellos colectivos), dos centrados en los NMSs de los países capitalistas avanzados (Scott, 1990; Dalton y Kuechler, 1990) y dos centrados en los NMSs de América Latina (Scherer-Warren y Krischke, 1987; Laranjeira, 1990).
3 Hasta el inicio de los noventa los movimientos indígenas son raramente mencionados. Sin embargo, en los últimos años, sobre todo en América Latina, han sido muy importantes e innovadores en la lucha social y política.
4 A título de ejemplo, cf. ver las posiciones de Frank, G. y Fuentes, M. (1989) y de Brand, Karl-Werner (1990), a favor de las tesis de la continuidad entre viejos y nuevos movimientos sociales; y las posiciones de Dalton y Kuechler (1990) en favor de la tesis de la novedad de los NMSs.
5 Para el debate en el Brasil, ver por ejemplo, cf., Cardoso, Ruth y Jacobi, Pedro.